Artículo realizado por Juan Ignacio Larraz Plo, Presidente de la Unión de Asociaciones de Ingenieros Técnicos Industriales y Graduados en Ingeniería de la rama industrial de España, UAITIE
En lenguaje coloquial, galimatías se emplea para designar un desorden, un embrollo o una confusión. Algo contrario a la claridad y a la lógica común. El galimatías es una especie de niebla o de laberinto en donde la razón se extravía.
Hay creadores involuntarios de galimatías. Hacen mal, pero se puede comprender que no sean capaces de algo mejor. El desastre sucede cuando el fabricante del galimatías es el encargado de poner luz y orden donde hay sombra y desbarajuste. En ese caso, lo justo es pedir responsabilidades al causante.
En el caso de las carreras de Ingeniería, de las que ningún país puede ni quiere prescindir, en España padecemos un asombroso galimatías, creado directamente por los diferentes ministerios que poseen competencias en la ordenación de las titulaciones universitarias.
También participan de este embrollo el conjunto de las universidades, con sus rectores y cargos directivos, al no informar correcta y claramente sobre el alcance real de las titulaciones de ingeniería, tanto de grado como de máster, en relación con el Espacio Europeo de Enseñanza Superior (EEES, en adelante Bolonia), cuyo contenido y finalidad se desvirtúa sin rebozo.
Estos galimatías no son inertes: generan otros, procrean criaturas genéticamente emparentadas, son contaminantes y exportan el desorden a los colegios profesionales de las diferentes ramas de la ingeniería, que aún andan sin saber muy bien cómo inscribir en sus registros a titulados en las nuevas modalidades, cuyo contenido y alcance verdadero sigue estando confuso.
A este barullo creciente, por fuerza ha venido a sumarse el de la Justicia, obligada a lidiar con estos problemas, que suscitan sin necesidad agravios y desajustes que han de resolver los jueces y magistrados, les guste o no. Se dan, incluso, sentencias contradictorias y de difícil aplicación en la vida real. No es de extrañar.
Todo ello forma un precipitado nebuloso que cae sobre la sociedad, que no acaba de entender, ni puede distinguir, cuáles son de verdad las clases de ingenieros existentes; que títulos están dotados de atribuciones profesionales y cuáles no (‘títulos blancos’); si los hay superiores e inferiores, etc.
Con todo, el peor de estos galimatías, la mayor perversión, reside en la elección para estudiar una carrera de ingeniería acorde con estos dos puntos básicos: las preferencias personales y las salidas profesionales. La desinformación viene siendo manifiestamente intencionada en las Escuelas de Ingeniería y sus porqués son inquietantes.
Se suceden los ministros y todos manifiestan la buena intención de establecer un orden, más liberal, o menos. Del actual, dicen que se espera un nuevo Real Decreto que tendría su referencia en las universidades norteamericanas. No faltan quienes ven en los gestos y movimientos del Ministerio de Universidades el reflejo de estrategias preconcebidas en defensa ante todo de los intereses de las universidades y en perjuicio de los estudiantes y de las profesiones. Circulan informaciones sobre la presión ejercida por ciertos rectores sobre el Ministerio.
Sería de esperar que este recabase mayor diversidad informativa y abriese en mayor grado sus ojos y sus oídos: acaso pudiese atisbar así el peso de unas razones que contribuirían a crear una norma clara y racional, en ayuda de la transparencia en el diseño de una carrera concebida para el mejor desarrollo de la Sociedad.
Se esclarecería este enturbiado paisaje si se atendiese a los orígenes del problema: un ingeniero es un profesional universitario con base científica, cuyos conocimientos troncales le permiten entender a los científicos investigadores; de donde se deriva que posee capacidad para comprender la ciencia y aplicarla. Esta generalidad básica de conocimientos se adquiere y puede ejercerse mediante el grado, condición necesaria y suficiente para ser ingeniero generalista. La profundización especializada se logra cursando el máster. Y eso es Bolonia… además del sentido común.
Pero España es diferente y subvierte este orden elemental: se da prioridad a la especialización y se posterga lo general. Esa subversión es perversa, pues los graduados de 3 o 4 años se titulan con la única finalidad de acceder a los másteres, ordinarios o ‘integrados’, de forma que se devalúa el grado, se retiene al alumno más tiempo, se le crea un mayor coste y se demora su acceso al mundo laboral. ¿Por qué en EE. UU. y en la Unión Europea un ingeniero lo es en plenitud sin apellido? En España la tendencia a que los únicos ingenieros de facto sean los acreditados por un máster. O máster o nada, podría decirse. No es el buen camino.
Por todo esto está luchando nuestro Presidente del Consejo y del INGITE, José Antonio Galdón Ruiz.
Fuente: www.uaitie.es
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